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Investigación

Esther Seligson. La adivina de lo desconocido

Oriana Delgado Valdepeñas
Grupo de Investigación Escritos de mujeres
CDMX, enero 25 de 2025

Mi primer encuentro con Esther Seligson Berenfeld (1941-2010) se originó a finales del verano del 2023 cuando, por azar, en uno de los libreros de mi mamá hallé sus Cuentos reunidos editados por Malpaso en 2017. Desde esa primera ocasión, su historia y sus textos se me presentaron como un misterio del cual quise saber más. Gracias al prólogo que escribió Sandra Lorenzano, supe que estaba frente a una escritora que había crecido dentro de la religión judía y quien, simultáneamente, disfrutaba aprendiendo sobre el tarot, la cábala, la adivinación, la mitología griega, los relatos bíblicos y la acupuntura.


Mi curiosidad por saber más sobre Esther creció cuando leí el prólogo que Sandra Lorenzano escribió sobre ella en el que cuenta que la escritora fue “una adivina, maga y astróloga que se sentaba en el piso, descalza, a hablar de la vida, de la muerte y de los misterios de lo sagrado en su taller de sacerdotisas”. Con esa primera imagen mágica sobre Esther, leí Sed de mar (1984), el libro en el que ella creó una serie de cartas entre Penélope y Odiseo; semanas después leí su recuento autobiográfico publicado bajo el título Todo aquí es polvo (2011) y sus diarios de viaje publicados en Escritos a mano (2011), así me adentré más en el misterio de su universo.


Esther, escorpión de octubre con ascendente en leo y Plutón, poeta, tarotista, astróloga, viajera, maestra, dramaturga y, como dice María-Milagros Rivera Garretas, ama de su casa, creció junto a su hermana menor, Silvia Seligson, dentro de una familia judía no ortodoxa que tuvo origen en México gracias a su madre, María Berenfeld, y a su padre, Szlome Zeligson, también conocido como Salomón Seligson, ambos judíos que llegaron a México desde Rusia y Polonia como parte de un grupo de personas judías que buscaban refugio en otros países.


Esther creció dentro de un ambiente con tradiciones religiosas profundamente arraigadas, pasó su infancia y parte de la adolescencia dentro de la escuela judía Yavné y permaneció en la casa familiar hasta pocos días después de cumplir diecinueve años cuando, por decisión de su padre y de su madre, se casó con Alfredo Joscowickz con quien, poco tiempo después, tuvo a sus dos hijos Leo y Adrián Joscowickz Seligson. Su matrimonio con Alfredo duró cerca de diez años, tras los cuales finalizó por medio del divorcio.


Después de su relación con Alfredo Joscowickz, la escritora tuvo otras parejas, sin embargo, eligió no volver a compartir su casa con ninguno de ellos. Esther decidió tener su espacio propio, habitar en un hogar solo para ella, en sus propias palabras: “yo escogí la soledad como quien se interna por un camino sagrado. Así que se equivocan si piensan que vivo sola por despecho o por conservar memorias intactas. ¿Por qué habría de volver a podar y podar las alas de mi libertad?” Esther fue una mujer libre que mantuvo siempre como orden primordial la política de la relación y la obediencia hacia sí misma.
A partir del trabajo de investigación que he hecho sobre la vida de Esther Seligson, noté que la libertad de la que tanto escribió era siempre una libertad en relación, característica de la política femenina y del estar entre mujeres. La práctica que Esther tenía de su libertad era a partir de su relación con lo divino, con Dios. La vida que la escritora eligió y las decisiones que tomó, estuvieron encaminadas a generar sus encuentros con el ser divino.


Aunque Esther Seligson fue educada bajo una religión patriarcal y presionada a casarse como parte de una tradición de ésta, la relación que tenía con Dios era de intercambio libre, ella nunca necesitó de la mediación masculina para poder contactar con la divinidad pues ésta se encontraba situada a su alcance. Cada una de las experiencias espirituales que Esther Seligson tuvo, venían del entendimiento que tenía de haber nacido de una mujer y de su propio ser mujer. Para Esther, su ser mujer significó tener la capacidad de ser “derramante y recipiente” al mismo tiempo, de ser dos en un solo cuerpo, de recibir a alguien más (humano o divino) dentro de sí.


Desde ese primer contacto con Esther, supe que había algo mucho más antiguo que se revelaba entre sus páginas, una experiencia que ya había sido escrita por otras autoras. Esther se presentó ante mí como parte de una extensa genealogía de escritoras que comparten entre sí la experiencia de la visita de Dios, lo que Luisa Muraro describió como “un tipo de experiencia histórica que parece repetirse, en relación dual, entre mujeres de épocas y contextos relacionales bastante distintos”. Esther, como muchas otras escritoras, dejó en su escritura el testimonio de una vivencia que ya había sido experimentada y descrita por otras mujeres en la historia: la posibilidad de albergar a Dios en el cuerpo y de hacer de esa vivencia algo tangible y comprensible.


A lo largo de toda esta aventura tan maravillosa que ha sido trabajar con Esther, me encontré con la apertura de un infinito de posibilidades que están situadas a mi alcance. A través de su escritura he conocido más acerca de la vitalidad de la libertad femenina y mi propia práctica de ella. Con cada una de sus obras, Esther me regaló la claridad necesaria para seguir el hilo dorado que encontré escondido entre sus palabras y que se unía al de otras escritoras que habitaron en lugares y temporalidades distintos y quienes también recibieron a Dios dentro de sus cuerpos. Me aventuré así en la intimidad de sus páginas, con la certeza de que en Esther había encontrado el inicio de un tesoro, una puerta hacia una genealogía de escritoras que estuvieron abiertas a la posibilidad de recibir a Dios.


La reconstrucción que hice sobre su vida ha sido una de las investigaciones que más he gozado. El camino junto a Esther Seligson ha estado lleno de sorpresas secretas, cada vez que pensaba que no podía encontrar más sobre sus revelaciones se presentaba una nueva oportunidad: entrevistar a su hermana Silvia Seligson, acceder a los archivos fotográficos familiares, tener entre mis manos algunas de las postales que Esther escribió con detalles sobre sus deseos de ser rabina, sus incursiones en los viajes chamánicos con peyote y sus estadías de semanas en silencio en el desierto. Cada una de estas experiencias que conocí tenían en común su hambre y su sed de Dios, su inmensa necesidad de saberse tocada por lo inaudito.


La dicha de trabajar con Esther Seligson ha significado también estar en relación con otras escritoras como Enriqueta Ochoa, Laura Esquivel, Claudia Kerik, Inés Arredondo y Elena Poniatowska, pues, contrario a lo que se suele pensar, ninguna de ellas llevó su proceso creativo de forma aislada o en relación únicamente con los escritores que fueron sus contemporáneos. En Escritos a mano y Todo aquí es polvo, encontré las menciones que Esther hizo sobre su amistad con otras escritoras, recuerdos de las conversaciones que tenía con ellas, fragmentos de las postales que les enviaba desde Jerusalem, Praga o Lisboa. Seguí el rastro de aquellas pistas y comencé a imaginar a Esther desde la relación, pensando siempre en las redes que ella creó con otras escritoras.


Tal y como Esther se acompañó siempre de otras mujeres, con quienes tejió los hilos que unen sus historias, el trabajo que hice sobre ella también ha sido a partir de la relación con las otras. A mi investigación la han acompañado Inés Arredondo, Luisa Muraro, Margarita Porete y Pita Amor que me permitieron ver entre sus páginas la misma experiencia histórica, mi mamá y mis amigas quienes me escucharon hablar incansablemente sobre la maravilla de los encuentros espirituales de Esther, mis maestras y mi directora de tesis que han leído y acompañado pacientemente cada una de las ideas y páginas que he escrito, Silvia Seligson quien desde el inicio me recibió con afecto y abierta a la posibilidad del intercambio y, por supuesto, mi querida Esther que me reveló la dicha de lo desconocido, me enseñó sobre la obediencia a una misma y los misterios de la vida.